Las obligaciones laborales favorecen el comer fuera de casa. Tanto a los autónomos como a los que no lo son. El mundo actual de trabajo permite poco espacio entre jornada laboral de mañana, tarde o noche. Ello ha desarrollado comedores empresariales atendidos con mayor o menor cuidado, dependiendo del esmero o monotonía de los responsables de la cocina, y también de los controles que se establezcan para que “no decaiga la fiesta” del sabor y la calidad.
Comer en casa es sinónimo de descanso, de calidad de
selección, de alimentos, de sabores personalizados. De ahí, que las
cenas hayan tomado el relevo a la comida en familia. El cocinar en casa
conlleva unas peculiaridades culinarias que inciden en el sabor y la
personalidad de los menús. ¡Tal vez el cariño y el interés tengan algo
que ver en el aderezo!
Los platos caseros – incluidos algunos precocinados de calidad - nos retrotraen a tiempos donde el poder comer ya significaba un logro. Épocas donde potajes, legumbres, pan de tahona, vino o embutido casero eran comunes en la comida campesina y en la mesa de los señores (¡aunque seguramente éstos comerían algo mejor!). Engordaban menos los “de a pie” que los “de a caballo”.
Caldos, guisos, verduras, empanadas, estofados de legumbres, cocidos y paella, salmorejo y pipirrana, quesos, migas o tasajo más el vino - común a clero, pueblo o nobleza -, se han mantenido a lo largo de los años. Y a pesar de que la industria alimentaria nos ofrece ciertamente alternativas muy valiosas, siempre la cocina regional, muy próxima a la que nos hacían en casa cuando había casa y tiempo, sigue perenne en nuestro recuerdo. No digamos los huevos fritos con patatas fritas y el arroz con leche, comida familiar por excelencia.
Comer en casa es regresar al descanso y evitar en parte que se hagan cenas como si fueran comidas. Sea en familia sea en singularidad. Y también es objeto de poder seleccionar una mejor higiene de alimentos, calidades y sabores. Es ello tan cierto, que los restaurantes se afanan en anunciarse como especialistas en comida casera. La clave reside en preparar despensa y frigorífico. Y un consumo abundante de agua.
No debemos olvidar que la comida casera a veces peca de exceso en aceite o frituras y un holgado consumo de pan, lo cual significa exceso de calorías y por tanto facilidad de sobrepeso. ¡Máxime si nuestro trabajo es sedentario!
Cuidad grasas, pan y vino. El control en el uso de aceite, embutidos, frituras, pan y vino –si no somos campesinos de azada o peregrinos – es la clave de mantener un buen peso.
Ello no significa que unos huevos con patatas fritas y un arroz con leche sean proscritos; pero debemos merecérnoslo: Levántate del sofá y anda... todos los días 30 minutos, practica una actividad física oportuna tres veces semanales alternos y compensa un exceso con una cena por ejemplo de sabrosas verduras a la plancha con una apetitosa sopa aromática de pescado.
Los platos caseros – incluidos algunos precocinados de calidad - nos retrotraen a tiempos donde el poder comer ya significaba un logro. Épocas donde potajes, legumbres, pan de tahona, vino o embutido casero eran comunes en la comida campesina y en la mesa de los señores (¡aunque seguramente éstos comerían algo mejor!). Engordaban menos los “de a pie” que los “de a caballo”.
Caldos, guisos, verduras, empanadas, estofados de legumbres, cocidos y paella, salmorejo y pipirrana, quesos, migas o tasajo más el vino - común a clero, pueblo o nobleza -, se han mantenido a lo largo de los años. Y a pesar de que la industria alimentaria nos ofrece ciertamente alternativas muy valiosas, siempre la cocina regional, muy próxima a la que nos hacían en casa cuando había casa y tiempo, sigue perenne en nuestro recuerdo. No digamos los huevos fritos con patatas fritas y el arroz con leche, comida familiar por excelencia.
Comer en casa es regresar al descanso y evitar en parte que se hagan cenas como si fueran comidas. Sea en familia sea en singularidad. Y también es objeto de poder seleccionar una mejor higiene de alimentos, calidades y sabores. Es ello tan cierto, que los restaurantes se afanan en anunciarse como especialistas en comida casera. La clave reside en preparar despensa y frigorífico. Y un consumo abundante de agua.
No debemos olvidar que la comida casera a veces peca de exceso en aceite o frituras y un holgado consumo de pan, lo cual significa exceso de calorías y por tanto facilidad de sobrepeso. ¡Máxime si nuestro trabajo es sedentario!
Cuidad grasas, pan y vino. El control en el uso de aceite, embutidos, frituras, pan y vino –si no somos campesinos de azada o peregrinos – es la clave de mantener un buen peso.
Ello no significa que unos huevos con patatas fritas y un arroz con leche sean proscritos; pero debemos merecérnoslo: Levántate del sofá y anda... todos los días 30 minutos, practica una actividad física oportuna tres veces semanales alternos y compensa un exceso con una cena por ejemplo de sabrosas verduras a la plancha con una apetitosa sopa aromática de pescado.
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